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◖ 27 ◗  

ALEJANDRA.

Todo sucedió tan rápido que no pude reaccionar.

No fui capaz de moverme, solo me quedé allí; inmóvil, observando como la pelea se armaba frente a mí entretanto una sofocante aura mordaz se iba expandiendo por toda la sala.

Víktor parecía de mal humor cuando escuchó a Ed gritarme, se convirtió en una maldita fiera dispuesta a todo. Ni siquiera entendía su comportamiento; se suponía que eran amigos y que jamás debían de resolver las cosas a los golpes. Mucho menos en el trabajo. Pero allí estaba Heber: dejando a mi doctor primero en el suelo y luego contra una pared mientras que le obstruía la respiración con su mano grande y fuerte.

No recordaba qué había sucedido antes de eso; cómo el azabache había ingresado a la sala y qué me había dicho, eran cosas borrosas dentro de mi mente. Como si volviera a tener una laguna que me impedía hacer memoria y recordar lo ocurrido horas atrás.

La silueta me había contando que eso sucedía cuando cambiaba de personalidad; pasaba de estar tranquila y aceptar mi vida, a enfurecerme y regresar al inicio donde le echaba la culpa a Víktor por estar dentro del psiquiátrico. Supuse que habían dos tipos de Alejandra: la fuerte; que podía superarlo todo y la débil; que se desmoronaba ante cualquier dificultad.

Y, en el momento en que la última tomaba posesión de mí, era cuando le temía a mi amigo oscuro y rogaba por huir de él. Eso quería decir que, en ese lapso de tiempo en que no fui yo misma, pude haber hecho cualquier cosa; gritar, golpear y acusar al mundo entero, pero lo olvidé todo después al volver a la normalidad.

Y, quizá, eso podría tomarse como un beneficio; hacer cosas y luego no preocuparse por las consecuencias. Tal vez en otras circunstancias, yo pensaría así y dejaría que todo a mi alrededor ardiera sin cesar, pero no cuando quería recordarlo todo, no cuando necesitaba ayuda para obtener mi libertad. Porque sí, sabía que si eso seguía sucediendo lo más probable era que no creyeran sobre mi recuperación de recuerdos y que dijeran que me estaba inventado cosas y quién supiera qué otras estupideces con tal de dejarme más tiempo encerrada y sin oportunidad de conocer a otros pacientes.

Pero, aunque la situación se viera mal y pareciera que estaba en mi contra, había una leve esperanza que me decía que todo acabaría bien. Y eso se debía a que Ed confiaba en que le decía la verdad, me bastaba con saber que él me creía.

Aquel día, nuestra conversación había sido muy productiva...

«— ¿Estás bien?— le había preguntado cuando tomó asiento frente a mí.

Hacia apenas unos minutos que Víktor se había ido cerrando fuertemente la puerta detrás de él; Matt seguía preocupado por el acto violento que había presenciado y Ed, bueno él no parecía tan afectado como esperé que estuviera. Mientras tanto yo estaba tranquila, acariciando mi muñeca, específicamente la tela que la cubría. La suavidad y textura me relajaban, y eso ayudaba a que no me alterada por la reciente pelea.

— Sí, sólo fue un pequeño golpe.— le restó importancia, verificando que ya no le salía sangre de su nariz.

Fue en ese preciso momento en que lo vi, en su dedo anular había un anillo… uno dorado que solo podía significar una cosa: matrimonio.

¿Lockwell era un hombre casado? ¿Por qué no lo había notado antes. Casi dos semanas habían pasado desde que desperté en la realidad y jamás me había puesto a mirarlo detalladas como para notar la brillante y llamativa argolla de oro que adornaba su dedo.

— ¿Eres casado?— indagué, aunque ya sabía la respuesta.

Él alejó su mano de su rostro y la observó, el objetivo circular relució debajo de la iluminación de la sala.

— Sí, hace más de seis años.— contó con entusiasmo.

— Eso es estupendo, me alegro por ti.

— Gracias.

— Entonces ¿Tienes hijos?— ni siquiera supe por qué le pregunté.

— Sí, una niña de cinco.— su gran felicidad era notoria y contagiosa. Aunque, por supuesto que fue él el único en sentir esa clase de sentimiento.

Yo, por otro lado, estaba dolida.

Podía recordar a mi hija en el suelo, con sangre cubriendo su bello rostro, y sin vida. Aún me lastimaba ese suceso catastrófico que destruyó todo lo bueno que tenía. Su perdida era una herida abierta que nunca se cerraría; quizá sí pero, aunque cicatrizara, jamás desaparecía. Sería visible por toda la eternidad, recordándome lo mala madre que fui.

— Felicidades.— le sonreí con nostalgia— Yo… yo también tenía una hija.

La alegría que hacia unos segundos reinaba en su rostro se desvaneció por completo, dejándole lugar a la sorpresa, asombro y también a la lastima.

— Ella se llamaba Amara.— le seguí contando— Era una niña adorable y tan hermosa.— sentí mis ojos picar al visualizar su bonita sonrisa— Tenía la misma edad que tu hija.

Era la primera vez que tenía la posibilidad de hablar de alguien a quien verdaderamente recordaba, mis memorias estaban intactas con respecto a todo lo que había vivido y sentido desde que me había enterado que estaba embarazaba. Las imágenes se deslizaban una tras otra, mostrándome cada momento que compartí con ella a lo largo de esos increíbles cincos años.

Mi niña era el centro de mi mundo y no perdería la oportunidad que aquella charla me estaba ofreciendo. La silueta me había pedido que les demostrara mi mejora y eso estaba haciendo al mencionar a mi pequeño ángel.

A pesar de que en los últimos días había platicado mucho con Ed, no había llegado al punto de decirle sobre mi hija, o más bien; sentía que todavía no estaba lista para hacerlo, pero en aquella ocasión no me quedaría callada. Quizá él ya lo sabía, a lo mejor ya se lo había comentado antes o estaba en el historial donde tenían toda mi información pero, aún así, quise contarle para que se diera cuenta que mi memoria estaba volviendo. Suficiente mala suerte había tenido en las otras dos recaídas como para permanecer en silencio y no liberar todo lo que había dentro de mí.

Ya era tiempo de cambiar de fórmula y ver los nuevos resultados, los cuales esperaba que fueran positivos.

Lockwell se aclaró la garganta.

— ¿Lo recuerdas?— asentí levemente— Eso es fantástico, Alejandra. Eso quiere decir que estás mejorando rápidamente.

— Eso ayuda, ¿No es así? Quiero decir, ¿Eso me ayudará a poder estar con otros pacientes?

Hacía unos días, Ed me había mencionado sobre esa posibilidad tan maravillosa para mí; si lo recordaba todo, si era capaz de aceptar mi vida actual, quizá podría conversar y pasar tiempo con otras personas como yo. Y eso era algo muy bueno para mí, ya que hacia meses que no socializaba con otros que no fueran Ed, Léonard o Matt… diría Víctor pero solo lo había visto dos veces en esas casi dos semanas y, al no recordar si en mis anteriores recaídas tenía comunicación con él, prefería no nombrarlo aun cuando sabía que me había salvado un par de veces del desgraciado de Ferrer.

En fin, volviendo al asunto importante, esperaba a que mi cooperación sirviera de algo y diera buenos frutos. Por más que el asunto se relacionara únicamente en mí, rogaba para que vieran mi cambio y supieran que lo mejor para mí era rodearme de otros humanos, tenían que entender que, entre más encerrada estuviera, peor sería para mi recuperación. Aunque comprendía que ese proceso tardaría y que no sería de la noche a la mañana, pedía que no lo dejaran en el olvido y, si no podía compartir mis tardes con los otros huéspedes, me conformaba con ver el patio trasero, sentir la brisa fresca, y oler el aroma de la naturaleza.

— Sí, de hecho hablé con Léonard antes de venir aquí.— me informó.

— ¿Y qué te dijo?— quería saber, a pesar de que, al oír su nombre, me causaba escalofríos.

Para ese momento, ya estaba manteniendo el aire dentro de mi pulmones y apretando con fuerza el bollo de tela que había tomado en mi mano.

La modificación de mi vida dependía de su respuesta... todo estaba sujeto a la tan importante decisión del idiota de Ferrer. Si él decía algo malo entonces presentía que mi mejora se iría por el drenaje.

— Sabiendo que has recordado a tu hija...— hizo un pausa antes de sonreír— Yo diría que en unos días ya podrías reunirte con los demás.

— Eso es estupendo.— suspiré, aliviada— Gracias Ed.— estaba feliz, por fin vería caras diferentes y pasaría menos tiempo en mi habitación.

— No me lo agradezcas, sé que lo necesitas.— admitió y no se equivocó— Sólo prométeme que controlaras tu mente para no tener otra recaída.

— Lo prometo, no eres el único que quiere evitar eso.— le aseguré.

Ya me había adaptado a mi vida, volver otra vez al principio no era opción. Estaba dispuesta a todo con tal de superar los obstáculos y conseguir mi libertad.

Por fin podía decir que mi futuro estaba entre mis manos.»

A pesar de que la conversación con Ed durara más tiempo de lo normal, lo único que podía rescatar de aquello era la parte donde le narraba todo lo que recordaba hasta ese entonces, y su promesa de que hablaría con Leonard para que mi proceso de socializar con los demás fuera más rápido. Saber que contaba con el apoyo de mi psicólogo me traía una tranquilidad inmensa ya que, para mí, era fundamental saber que próximamente mis días tendrían una mejor vista y todo gracias a su colaboración. Todo pintaba un panorama.

— ¿Dónde estás?— le dije al aire.

Estaba aburrida de solo ver la paredes agrietadas de la habitación y oír los pasos que se acercaban y se alejaban después de asomar la cabeza por detrás del cristal que formaba parte de la puerta; constantemente un guardia, a veces Matt, se paseaba por allí para comprobar que no hubiera hecho algo malo, me estaban vigilando para, seguramente, informar si alguna anomalía sucedía. Sabía que era un error hablar cuando ellos podían escucharme pero no me importó, quería escuchar lo que mi amigo tendría para decir después todo lo que había ocurrido dentro de la sala.

— Por favor, aparece.— le pedí, sentándome sobre la cama y apoyando mi espalda en la fría y dura superficie de color gris.

Un par de horas transcurrieron desde que me dejaron en mi cuarto y en todo ese tiempo no había tenido la compañía de mi creación, de la cual ya me había acostumbrado.

¿Qué necesitas?— dijo la silueta, hablando por primera vez en el día.

— Hasta que por fin te dignas en venir.— bufé.

Él rió y las dos bolas carmesí que formaban sus ojos aparecieron ante mí.

Bueno, lo siento. Estaba algo ocupado.

— ¿Ocupado?— alcé una ceja— ¿Tu mundo, o sea mi cabeza, te mantiene ocupado?— indagué.

Algo así.— chaqueó la lengua— Por cierto, buen escándalo el que armó Víktor, ¿No?

— Ni que lo digas, parecía fuera de sí.— señalé, recordando la furia con la que había atacado a Ed.

No sabía si había pasado algo así antes pero, el ver como golpeaba a mi psicólogo y luego lo empujaba hasta la pared mientras su mano se mantenía fuertemente sujeta en el cuello del contrario, fue una escena sorprendente y un tanto tenebrosa. No conocía la personalidad de Heber pero creía que no era un hombre violento que iba tirando puñetazos a diestra y siniestra, más bien me lo imaginé pacifico y que rara vez usaba la fuerza bruta.

Lo visualicé sonriente, atento y relajado así como se había mostrado cuando se despidió; su conducta oscura y salvaje cambió de color al dirigirse a mí y eso me confundió.

Pero te defendió.— mencionó, regresándome al presente. Lo miré con el ceño fruncido sin comprender hacia dónde pensaba llegar al señalar ese mínimo detalle— A lo que voy es que él no quería que Ed te siguiera gritando. Es normal que actuara de esa forma.

— El diálogo es la mejor manera de resolver las diferencias.— opiné.

Así nos habían enseñado siempre y así era como yo creía que todo el mundo debería de desenvolverse ante los demás, el acudir a golpes solo era un método que se utilizaba como último recurso y no tomarlo como la primera opción. Solo bastaba con imaginarse a toda la civilización solucionando sus problemas con sus puños, el planeta entero terminaría en un caos incorregible.

Por esa razón, estaría eternamente en contra de la violencia.

Eso a veces no funciona.— trató de defender el proceder salvaje e incorrecto de Heber.

— ¿Sabes una cosa? En ocasiones creo que tienes mentalidad propia,— mencioné— ¿Cómo es que, algo creado por mí, piense tan distinto?

La silueta se mantuvo observándome silenciosamente.

— ¿No dirás nada?— le pregunté.

Prefiero guardarme los comentarios.

— No, por favor, dilo.— lo alenté, cruzándome de brazos.

Dices que, para resolver las diferencias, se necesita sólo del diálogo, ¿No es así?

— Exacto, es que esa es la verdad.

Entonces permíteme decirte que eres una hipócrita de mierda.

Boqueé sorprendida por sus palabras.

¿Era una hipócrita? ¿Por qué? No entendía a qué se refería y por qué de repente parecía algo enfadado conmigo.

Su aura oscura se mostró con más volumen, ondeando a su alrededor; aquella era la técnica que usaba para manifestar su disgusto, la negrura de su cuerpo parecía aumentar de tamaño y eso lo hacia ver más alto y grande de lo que en realidad era. Mientras que, cuando estaba tranquilo y la situación le agradaba, su anatomía pasaba a ser tan normal como la mía.

— ¿Por qué soy hipócrita según tú?

Porque, después de asesinar a un hombre, insinúas que la violencia no resuelve nada.

Boom.

Sus palabras me hirieron como un misil y una bomba explotó en mi interior, lastimando cada órgano, especialmente mi corazón. El que hablara de ese asunto tan tranquilamente me molestó, todavía me dolía su pérdida y el que la silueta dijera aquello tan fácil como si se tratara de contar números, me decepcionó. Me lo esperaba de cualquier lado, menos que viniera del suyo.

Él decía ser mi amigo pero podía dañarme con solo abrir la boca.

— Eso es otro tema, ¡Él atropelló y mató a mi hija!— exclamé, sintiendo como me desgarraba por dentro— Ed solamente me gritó y Víktor enloqueció sin justificación.

¡Heber sólo quería defenderte!— vociferó.

— ¡Yo no necesito que él me defienda!

Tal vez no lo necesites, pero sé que no soy el único que piensa así.

— Otra vez con eso.— resoplé, rodando los ojos.

¿No crees que todo lo que digo tiene una razón lógica?

Largué una carcajada jocosa.

— No.— negué.

Por supuesto que excusar la agresividad de Víktor no era lógico, mucho menos comparar algo tan grave, como lo era el accidente de mi hija, con eso.

Bien… como digas.

— Es que entiende, cuando asesiné a Andrew no estaba bien.

Todavía sigues sin estar bien.

— ¡Ese no es el punto! Yo lo hice porque la justicia no me ayudó con el caso de Amara.

¿No te das cuenta? Víktor fue tu justicia.

— ¿Hasta cuando lo defenderás?— quise saber un tanto fastidiada.

A mí me hacia recordar los errores cometidos pero a Heber parecía felicitarlo por los suyos. ¿De quién era amigo entonces?

Hasta que entiendas que, tanto él como yo, sólo queremos protegerte.

— Pues déjame decirte que jamás lo entenderé.

De acuerdo... creo que llegó el momento.

— ¿Momento de qué?

De devolverte el último recuerdo, el más importante.— confesó, acercándose— Sabes lo que tienes que hacer, sólo relájate.

Dubitativa asentí, dejé que él se acomodara a mi lado y posara su mano sobre mi cabeza.

Respiré lentamente, cerrando mis ojos por completo y, cuando menos me lo esperé, una oleada de recuerdos se presentaron removiendo, una vez más, mi mundo en su totalidad.


***


Después de aquello y de permanecer por varios segundos repitiendo las imágenes en mi memoria, sentí que me faltaba el aire. Mis pies se trasladaban de un lado a otro, sin pedir permiso y sin detenerse.

No podía comprender lo que acaba de recordar, parecía una maldita broma.

Era injusto que algo tan importante se hubiera borrado de mi memoria, dejando en duda si realmente había estado presente o si solo había sido una de las tantas alucinaciones que había experimentado. Al parecer, para mi cerebro mis conocimientos aprendidos y mis experiencias vividas se convertían en un desecho despreciable y la mejor solución que podía tomar, o más bien que elegía, era hacerlos desaparecer de mi vida como si nunca hubiesen existido.

A veces, sobre todo después de aquel hecho, odiaba a mi mente con todo mi ser. Detestaba el poder que tenía para desintegrar todo lo valioso que había en mí. Su procedimiento era igual al de una computadora que enviaba todos los archivos a la papelera de reciclaje, en ese caso, se trataban de mis recuerdos.

¿Cómo algo controlable podía quitarte el mando y hacer lo que se le viniera en gana? ¿Cómo podía arrebatarte la felicidad que conocías desde hacia años?

Es que, una persona especial no podía ser olvidada tan fácil; alguien que había marcado tu corazón y tu alma no podía irse como si nada... el amor de tu vida no podía volverse tu verdugo. Pero así había sucedido, mi mente había quitado todos esos bonitos recuerdos por una sola razón; si los dejaba, también debía de dejar los de mi hija y, sabiendo que la muerte de ella fue la causa de todo ese dilema, era inevitable que no quisiera recordarlo.

Así fue como creó una realidad paralela, donde lo bueno se había convertido en malo.

Pasé mis manos sobre mi rostro, tratando de aclarar mis pensamientos. Tarea que, por supuesto, era imposible; no podía ni quería pasar más tiempo en ese lugar, necesitaba aire puro, mi libertad… y verlo a él.

Quería correr hasta estar envuelta entre sus brazos; oír su voz, sentir su calor rodeándome, escuchar los latidos de tu corazón, oler su delicioso aroma... deseaba besarlo con locura.

¿Estás bien?— preguntó y moví mi cabeza de izquierda a derecha— Sé que es difícil, pero debes de aceptarlo así como aceptaste los demás recuerdos.

Mis dedos quedaron abruptamente detenidos sobre mis mejillas.

¿Cómo podía ser capaz de pedirme una cosa como esa? ¿Aceptar algo inaceptable? No podía, simplemente me negaba.

No permitiría que se volviera a repetir, jamás dejaría que mi estúpido cerebro se tomara la libertad de quitarme algo tan importante. Doliera lo que doliera, tenía que guardar todos mis recuerdos porque eran parte de mi vida y, sino lo hacia, entonces estos tarde o temprano volverían como aguacero, mojando y derribando la caja de cartón donde mi mente quería mantenerme asegurada.

Y fue en ese momento que entendí por qué nunca se había hecho la gran pregunta:

¿Dónde estaba el padre de Amara? ¿Por qué no lo mencioné? ¿Qué era de su vida?

Bien, la respuesta estaba clara: él siempre se mantuvo moderadamente cerca, cuidándome a una distancia apropiada.

Alejandra.— me llamó— Acéptalo al igual que aceptaste los otros...— repitió y mis ojos chispearon enfurecidos cuando chocaron con los suyos.

— ¿Cómo puedes decir eso? ¡El primer recuerdo que debiste mostrarte tenía que ser este!— bramé. Estaba enfada con mi mente, con la silueta y con todo el mundo.

Él bufó, sin comprender mi enojo.

¿Para qué? ¿Para que lo arruinaras todo?

— No arruinaría nada, solo…

Claro que sí,— me interrumpió— Piensa cómo hubieras reaccionado sabiendo la verdad.

Viéndolo de esa manera, tenía razón.

A lo mejor si hubiese sido consciente de la realidad, estaría en una mala posición. Estaría en problemas, y no sería la única. Si nos íbamos por esos rumbos, entendía por qué decidió dejarlo como último recuerdo, como él lo había dicho anteriormente; todavía no estaba psicológicamente bien y, si a eso le agregábamos el hecho de saber que fuera de ese edificio conocía a alguien que se mostraba distante e indiferente dentro de esas paredes, entonces hubiese sido un gran riesgo. Tal vez si lo hubiese sabido antes, quizá en el momento en que descubrí sobre el accidente de mi hija, hubiera salido corriendo, llamándolo a gritos y cometiendo muchas equivocaciones que le traerían complicaciones con Léonard.

Pero aún así, aunque entendiera que ese recuerdo llegó en el momento indicado, me sentía traicionada. Había pasado días sin saber la verdad, sin saber quién sinceramente me quería segura y a su lado.

El tiempo de distorsión había acabado, quizá haber aclarado mi memoria hubiera sido doloroso, pero sabía que era necesario. Cada dolor me hacia más fuerte, más tolerante a las circunstancias. Solo debía de dar un paso al frente y superarlo.

Eso era lo que me proponía, ya no más soledad… ya no más encierro.

— ¿Y se supone que ahora debo de quedarme de brazos cruzados sin hacer nada?

Claro que no, cada cosa tiene su espacio correcto y este es el tuyo…— una sonrisa maliciosa permitió que sus afilados dientes quedaran libres— Es hora del show.

— No entiendo.

No me engañes, Alejandra. La solución a tu problema está debajo de tu manga.— dijo, señalando mi muñeca— Vivo en tu cabeza, sé todos tus pasos.

Sin pedir permiso y por inercia, una loca sonrisa se posó en mi rostro.

Sí, tenía una pequeña ayuda guardada, y todo gracias a Víktor.

Con cuidado y lentamente, saqué el objeto del escondite. El bolígrafo brilló bajo la tenue luz que se mantenía encendida desde el techo, dándome un golpe de felicidad. Había aprovechado la pelea para robarlo, estaban tan distraídos que ni siquiera notaron cuando lo tomé, y eso fue un gran éxito para mí.

Miré a la silueta esperando que me dijera cómo tenía que proceder sabía que pensábamos igual, o bueno, en algunas ocasiones él robaba mis pensamientos y en otras parecía usar los suyos. Aunque así, mantendría mi mente en blanco y dejaría que lo planeara por su cuenta; solo quería oírlo de su voz, que fuera él quien me comentara sobre mi próxima travesura.

Solo pasaron un par de segundos antes de que rodara sus ojos rojos y comenzara a bufar.

¿Quieres tu libertad? Pues bien, tienes que deshacerte de todo lo que se interponga en tu camino.— explicó y presentí que su maldad se hacia más fuerte— Empieza con Matt.

Asentí, cubrí el bolígrafo con la manga del overol, y me acerqué a la puerta. Si quería que él me abriera, debía de actuar. Tal y como dijo la silueta, era hora del show.

Tomé unas cuantas bocanadas de aire repensando en si era lo correcto o no. ¿Volvería a ver cómo alguien perdía su vida? ¿Por segunda vez me convertiría en homicida? Sí, lo haría. Todo dependía de que estaba dispuesta a hacer, mi reencuentro con él dependía en si era o no valiente.

Estaba decidida, al final de la noche mis manos estarían bañadas en sangre...

— ¡Campos, ayúdame!— grité, fingiendo malestar.

Los pasos se oyeron al instante, quise saltar de alegría cuando vi sus ojos grises por la rendija, pero me controlé. Sabía que si quería salir de allí, debía de ser una gran actriz.

— ¿Qué sucede, Cabrera?— preguntó con fastidio. Viendo su actitud prepotente, pensé que siempre me había odiado y que todavía no me perdonaba por el golpe que le había propinado días antes. Pero, tanto él como yo, éramos consientes de que ese puñetazo fue merecido y que era algo mínimo a comparación con lo que estaba a punto de suceder... bueno, eso último era un hecho imprevisto por él.

— No… no puedo respirar.— contesté, colocando la mano en mi pecho e inclinándome un poco. Comencé a respirar agitadamente para que no hubieran indicios de que todo era mentira.

— Maldición.— gruñó, antes de abrir la puerta.

Con mi mirada aun enfocada en el suelo; oí sus pasos, luego vi sus zapatos negros bien pulidos frente a mí y, por último, sentí cuando una de sus manos se posó sobre mi espalda.

— Tranquila. Inhala, exhala.— trató de ayudarme.

Hazlo…

Sin esperar más y sin pensarlo con determinación; saqué el bolígrafo de debajo de la tela azulada, lo tomé con fuerza y se lo clavé salvajemente en el cuello.

El cuerpo del guardia se convirtió en una enorme masa rígida y tensa que ahogó un quejido de sorpresa ante mi rápido movimiento. Un tibio líquido comenzó a esparcirse desde la punta de la pluma hasta ensuciar gran parte de mi mano y seguir su camino hasta empapar la manga de mi traje.

Fue allí cuando descubrí el potencial que tenía aquel elemento que, a simple vista, parecía tan inocente.

Segundos después, Campos intentó empujarme para librarse de mi acto maligno pero me aferré más a él y volví a hacer el mismo procedimiento, logrando esa vez crear otro orificio circular por donde brotó más sangre. Lo arrinconé contra la pared que estaba cerca de la salida y continué apuñalando su cuello, deleitándome del olor metálico que incrementaba a medida que le hacia más daño.

No me importaba nada, mucho menos que su sangre me salpicara el rostro y parte de mi vestimenta y cabello, tampoco me interesó que algunas gotas carmesí fueran a parar a mis papilas gustativas debido a que mi boca había permanecido abierta mientras diseñaba mi nueva obra.

Luego del correr de lo que parecieron segundos, ¿O eran minutos? No estaba segura, estaba perdida entre tanto rojo y tanta violencia que no fue capaz de saber cuánto tiempo llevaba con exactitud rompiendo tejidos y mutilando carne. Mi concentración solo estaba allí; viendo como el bolígrafo se perdía y luego volvía a aparecer, escuchando sus chillidos y sintiendo cómo comenzaba a respirar con dificultad. Ni siquiera noté cuando él se apoyó su cabeza, ya sin energía, contra la pared, dejó que su propio peso lo llevara al suelo y, cuando lo hizo, su cuerpo causó un ruido sordo.

Inhalé y exhalé, queriendo controlar mi aceleración. Me había costado mucho mantener el ritmo mientras impedía que Matt se librara de mí, el hombre tenía mucha resistencia y no se daba por vencido aun cuando no tenía escapatoria.

Desde mi posición lo observé: sus ojos estaban levemente abiertos al igual que su boca, la piel de su cuello se mantenía enrojecida y húmeda, su mano intentaba parar la hemorragia, pero ya era tarde. Había perdido mucha sangre y el charco que se estaba formando a su alrededor me lo confirmaba… estaba a segundos de su muerte.

— A-alejandra.— susurró sin fuerzas.

Toma su arma, las llaves y sal de aquí.— demandó la silueta.

Sin titubeos le hice caso. Ya había hecho algo peor, agarrar una pistola no era nada.

Con mis dedos temblorosos, me incliné y me acerqué a la cinturilla del pantalón negro que formaba parte de su uniforme de seguridad y tanteé hasta tocar la funda que cubría el objeto. Estaba a punto de tomarlo cuando Matthew dio su último suspiro, antes de cerrar sus ojos para siempre y despedirse de esa vida.

— Lo lamento mucho.— le susurré, antes de guardarme las llaves en el bolsillo y alejarme con arma en mano.

Él no tenía la culpa de nada, solo era un guardia. Pero como siempre pasaba, alguien debía de ser el daño colateral, y sabía que Campos no sería el único.

Antes de salir por completo de mi habitación, tomé el bolígrafo manchado de sangre y lo guardé en el bolsillo. No podía olvidarlo, mucho menos perderlo.

Sería un recuerdo demasiado importante para nosotros... un bonito obsequio para él.
Caminé por el pasillo sigilosamente y apuntando en todas dirección en busca de cualquier movimiento que me alertara, tenía que ser precavida para que no me atraparan. Si eso sucedía estaría en graves problemas, sin mencionar que cargaría con la muerte de un inocente.

Atravesando una de las tantas esquinas, me topé con la primera persona a quien tendría que enfrentarme: una enfermera que estaba de espaldas y avanzaba perezosamente por el lugar. No sabía qué hora era pero, por sus bostezos y lentitud, supuse que era muy tarde o que estaba haciendo doble turno.

Vamos a divertirnos un poco.— murmuró entretenido.

Sin hacer mucho ruido y apoyando únicamente la punta de mis pies, me fui acercando a la mujer hasta que pude tomar un poco de su uniforme en un puño y apuntarle con el arma. Oí un jadeo cuando el cañón frío tocó parte de su nuca.

— ¿Q-qué...?— quiso hablar pero el miedo no se lo permitió.

Vuélale los sesos.— dijo la silueta.

— ¡No!— me opuse en un chillido.

Aburrida.

— No la voy a matar.— le expliqué.

— ¿N-no lo hará?— tartamudeó la señora.

Dile que guarde silencio o te obligaré a oprimir el gatillo.— me advirtió.

— Tú, cállate.

— Está bien, lo haré. Pe-pero no me haga daño, se lo ruego.— pidió, entre sollozos.

— A ti no...— bufé cuando escuché la risa burlona de mi amigo— ¿Ahora qué?

Tienes que ir hasta la puerta de las escaleras y cerrarla.

— ¿Para qué?— ni siquiera me molestaba en ocultar que hablaba con alguien más a parte de la enfermera.

Los guardias podrían subir por ahí.— «Ellos también tienen su propio juego de llaves» comenté mentalmente— Sólo nos dará un poco más de tiempo, hazlo.

— ¿Y qué hago con ella?— pregunté, refiriéndome a la rehén.

Ya que no le quieres disparar, llevaba contigo...— hizo una pausa y luego agregó:— Y la empujas por las escaleras.

— No lo haré.

¡Bien!— exclamó enfadado por mi negación— Llevaba y la dejas allí para que pueda bajar y gritar como loca que casi la matan.

Tragué sonoramente tras sus palabras.

Tenía razón, si la dejaba libre les avisaría a los demás que me había fugado de mi habitación y tenía en mi poder un arma de fuego. Si no le hacia daño entonces esa señora sería la encargada de colocarme la soga en el cuello antes de que movieran la palanca y que, el suelo que estaba debajo de mí, se abriera dándole lugar a mi muerte. Y, aunque todo fuera hipotético, no sería tan diferente a la realidad; sabía que la enfermera no se quedaría callada, que el pánico y el nerviosismo por no saber si seguiría viva al día siguiente la obligarían a irse de boca, sentenciándome a mí.

Pero, a pesar de las advertencias, no quería lastimarla, mucho menos matarla.

— Nos delatará.— admití.

Créeme que, para ese entonces, algo más te delatará.

— Prometo no decir nada pero, te lo suplico, déjame ir.— ella aseguró, y quise creerle.

Sin decirle nada y por más que no pudiera verme, asentí con la cabeza y comencé a caminar hasta dar con la puerta roja. Por supuesto que mantenía mi mano aferrada en la parte trasera superior de su traje para que no pudiera huir, no era estúpida y hasta que no estuviera en el lugar correcto ella sería mi garantía y la privaría de su libertad.

Continuamos por la dirección indicada en un rotundo silencio, nuestra manera de avanzar era tan lenta y sigilosa que el sonido de nuestros pasos era casi inaudible. La desolación y falta me movimientos me ponía inquieta y en un estado de mayor alerta, no entendía por qué los guardias no estaban deambulando de un lado a otro como imaginaba que hacían en sus turnos.

— ¿Dónde están los hombres de seguridad?— decidí preguntarle a la mujer cuando habíamos doblado por otra esquina e iniciado un nuevo pasillo.

— N-no, no lo sé. Supongo que hubo algún problema en otro piso y tuvieron que dejar su puesto.— respondió no muy convencida.

— ¿Acaso no hay otros? Ante la primera complicación se juntan en manadas como si dos no pudieran solucionarlo.— bufé. Quien requería de manos extras era yo, sin embargo, no llamé a nadie.

— Yo, yo no sé.— repitió con nerviosismo— ¿Puedo saber a dónde vamos?

— A las escaleras.— fui sincera, girando una vez más y tomando otro camino.

— ¿M-me dejará libre?

— Todo depende de cómo te comportes.

— No le causaré problemas, lo prometo.

— No deberías prometer tanto.— le aconsejé— Muchas veces las promesas son sólo palabras vacías.

— Lo siento,— se disculpó cabizbaja— Le aseguro que no haré nada malo.

— Bien.

Nuestra conversación llegó a su final luego de aquello.

Los minutos pasaron y, para ese entonces, el trayecto estaba pronto a terminar y fue así cuando pude apreciar la tintura roja brillante que pintaba el metal de la puerta de las escaleras justo frente a mí.

Suspirando liberé la tela de la vestimenta de la enfermera y busqué el juego de llaves que permanecía oculto en mi bolsillo; una vez que sentí la fría superficie lo saqué y dejé que tintinearan cortando con el ensordecedor silencio que nos rodeaba. Mi vista se dirigió a mi rehén, quien se mantenía inmóvil a mi lado; sus ojos oscuros chocaron con los míos antes de bajar hasta el suelo, estaba nerviosa y no podía mantenerme la mirada.

Aún hay tiempo para que cambies de opinión y la mates.

— Es mejor que te vayas.— le hablé, abriendo la puerta y señalando los escalones con mi cabeza.

Aguafiestas.— se quejó la silueta.

— Le doy mi palabra de que no diré nada.— dijo ella— No sé por qué pero presiento que está haciendo todo esto por una buena causa.

Largué una carcajada.

— ¿Apuntar a alguien con un arma es por una buena causa?— ironicé.

— Supongo que fue su única opción.— asentí, dándole la razón— El que no me haya matado dice mucho de usted.

— Acabemos con esto, por favor.— le pedí— Ya vete.

— Gracias.— caminó hasta pasar la puerta, se detuvo, y dijo:— Espero vernos afuera.

Ni siquiera le respondí, mi único proceder fue cerrar la puerta, colocar la llave indicada en la cerradura y girarla hasta escuchar el dichoso sonido del seguro.

Inhalando, me di media vuelta y retomé mi camino.

Las palabras de la mujer permanecían frescas en mi mente; según ella, mi violencia era por una buena causa y no se equivocaba porque todos esos momentos salvajes eran para recuperar mi libertad y también para regresar a los brazos de mi persona especial. Aun así, sabía que no era la mejor manera de proceder solo esperaba que, después de aquella noche, no tuviera que volver a quitarle la vida a nadie más.

Mi trayecto fue lento, pero firme. Mi mente continuó perdida en lo dicho por la enfermera, pero mi cuerpo se mantuvo intacto y en alerta; avanzando con pasos cortos, con cada músculo tenso y con mi mano alzada dejando en alto la pistola que permanecía fuerte y perfectamente fijada en mi agarre.

Las luces blancas del techo me acompañaron hasta quedar frente al ascensor, ese cubículo de metal era mi salida y solo bastaba con apretar un botón para que las puertas se abrieran mostrándome mi futuro lejos de ese espantoso psiquiátrico.

Tomando una bocanada de aire, di el último paso hacia adelante.

Espera,— la voz de la silueta me detuvo— Tengo dos cosas que confesarte.

— No es el momento indicado para esto.— mencioné sabiendo que si seguía perdiendo tiempo, los guardias aparecerían y todo llegaría a su fin.

Te equivocas, estamos en el momento y lugar correcto.— aseguró, haciendo acto de presencia en mi vanguardia.

— Habla entonces.— le dije, designándome.

No sé si lo has notado ya pero, en tu otra vida, yo era aquella parte de tu voz interior...— confesó y alcé una ceja— «“Porque no soy tú”» eso te lo dije yo.

Tal vez anteriormente descubrir aquello me habría sorprendido tanto que me hubiese cuestionado un montón de cosas, pero nada de eso ocurrió puesto a que tenía la leve idea de que él había sido quien me hacia vacilar sobre lo que tenía que hacer cuando pensé que era psicóloga. Ya decía yo que mi propia consciencia no podía fallarme y que había algo más detrás de todo ese asunto.

Pues bien, no estaba equivocada.

— Sé que todos esos pensamientos venían de ti.— reconocí.

¿Ah, sí?— asentí y él sonrió— Como dicen: si dudas de tu poder...

— Le das poder a tus dudas.— terminé por él.

Imaginé que eso bastaría para que descubrieras todo, pero ya vemos que no funcionó.

— La creación tenía que rescatar a la creadora.— mencioné, recordando que el tema no había terminado.— Dijiste que tenías dos cosas que confesar, ¿Cuál es la segunda?

Bueno, eso es más complicado.

— Dilo.— lo presioné a continuar.

Es que hay alguien que...— se detuvo precisamente cuando el famoso «ding» del elevador sonó y, sin más, la anatomía oscura de la silueta se esfumó.

Pensé que, por aquella noche, el caos había acabado, que no tendría que verle la cara a nadie más que no fuera a él, pero nada sería tan fácil como lo esperé. La vida una vez más me estaba demostrado lo dura y desafiante que era.

Habían momentos en que tenías que debatirte hasta dónde serías capaz de llegar para obtener lo que querías; muchas veces te quedabas en la encrucijada y terminabas preguntándote por qué el mundo tenía que ser tan brusco y por qué te ponía en una posición difícil en la cual te obligaba a elegir entre tu felicidad o la desgracia de una familia.

A lo largo de nuestra existencia, la elección de las diversas decisiones que debías tomar para avanzar, te marcaba para siempre y, en mi caso, no sería la excepción. La etiqueta de un nuevo dilema iba apareciendo ante mí. Fue allí donde el tiempo se detuvo, obsequiándome un hueco para que pudiera pensar y llegara a una solución...

Quedarme donde estaba o continuar y destruir un hogar, esa era la cuestión.

Las manecillas del reloj siguieron con sus movimientos y las puertas metálicas se abrieron, dejándome ver a un inofensivo Ed cargando un folder rojo, quien estaba acompañado por un hombre de seguridad.

Ambos dieron un paso saliendo de elevador antes de percatarse de mi presencia; mientras que Lockwell boqueaba como pez fuera del agua, el guardia permaneció inmóvil previo a levantar sus brazos en forma de rendición. Ni siquiera se tomó la molestia de tratar de desenfundar su pistola, a lo mejor sabía que eso solo empeoraría las cosas y no quiso intentarlo.

Aunque no mostraran resistencia, mi primera acción fue apuntarles con el arma; sabía que si no me exhibía como una mujer ruda y segura no llegaría a ningún otro lado que no fuera la habitación de aislamiento y, luego, una prisión.

— ¿Q-qué haces, Alejandra?— asustado, mi doctor elevó sus manos— ¿A quién le pertenece esa sangre?

¿No era obvio? Claro que lo era. Pero él estaba tan temeroso que no lo captó rápidamente.

Divertida le sonreí, inclinando mi cabeza hacia un costado.

Me estaba causando gracia su pánico, ver como su pecho subía y bajaba con cada respiración acelerada, era algo embriagador y a la vez satisfactorio. El como miraba de un lado a otro queriendo hallar una salida… como hacia preguntas tan estúpidas como la que había hecho, me hizo saber que aun mantenía mi poder.

— Es de Campos.— le confesé con una mueca— Supongo que si le pedía que me dejara salir, se iba a negar. Así que, simplemente tomé el camino más rápido.

— Eso está mal, no puedes matar a todo el mundo.— me reprendió.

Hazle saber que si puedes, y acaba con esto de una maldita vez.— reclamó la silueta dentro de mi mente.

— Quizá no a todo el mundo...— razoné, quitándole el seguro a la pistola— Pero a todos en este lugar sí.

Sabía que mi libertad costaría, que tenía que llevar a gente por delante y que quizá Ed tenía razón; estaba actuando mal, pero era la única solución para salir de allí. Ya no quería estar encerrada y ver mi vida pasar frente mis ojos sin hacer nada.

Quería aire fresco, ver los atardeceres de verdad, y no a través de un ventanal, quería ser libre… ser feliz. Y para eso debía de quitar los baches del camino y, en ese momento, Ed y ese guardia se convertían en dos barreras.

Lo lamentaba por él y su familia, pero primero iba mi estabilidad emocional y mental. Había pasado casi nueve meses en ese lugar, y aún así no encontraban cura para mi demencia. ¿Quién me aseguraba que la encontrarían en el futuro? Podrían haber pasado años y seguir igual, y eso era algo que no quería.

A veces estaba bien no esperar tanto, y tomar el sendero corto. A veces estaba bien romper las reglas, aunque se cometiera varios crímenes.

Con ese pensamiento, jalé del gatillo… liberándome un poco más y regalándole un compañero a Campos en el más allá.

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